miércoles, 29 de enero de 2014

Capitulo 10

—Realmente no tengo ni idea de lo que podemos necesitar hablar le dijo mientras él se sentaba relajado en un sillón frente a ella en el pequeño y desierto cuarto de recepción.


 Pedro entrecerró los ojos al estudiar su rigidez.


—Teniendo en cuenta digamos que nuestra relación pasada…
—¿Relación pasada...? —cortó ella con cejas enarcadas—  


Pedro apretó los labios.


—No juegues conmigo Paula.


Ella apartó la vista de su rostro.


—No estaba segura de que me recordaras.
—Ten por seguro que sí —gruñó él.


Tragó saliva antes de hablar


—Y yo también Pedro pronunció su nombre con tirantez.
—No tenías ni idea de que me presentaría aquí esta noche ¿verdad? —preguntó él sonriendo sin humor.
—¿Por qué iba a saberlo? El apellido de Daiana es Fabrizzi.
—Su madre, mi tía Teresa es la hermana menor de mi padre —aportó Pedro.


Paula hizo una mueca


—Que amable que volaras desde Italia para asistir a la boda de tu prima.
—Ya no vivo en Italia, Paula—respondió ante la burla.

Ella pareció sorprendida.


—¿No?


El movió la cabeza.


—Paso casi todo mi tiempo en los viñedos Alfonso a una hora en coche de aquí, pero también tengo una casa en San Francisco.


Pudo adivinar en qué parte de la ciudad la tenía, su familia y ella habían hecho un recorrido turístico de la ciudad ese mismo día y habían pasado por una zona llamada Pacific Heights, donde las casas eran grandes, elegantes y... valoradas en millones de dólares!
No pudo evitar preguntarse si el motivo de que viviera en los Estados Unidos tenía algo que ver con el hecho de que Samantha Childe, la mujer de la que en una ocasión había estado enamorado, y de la que tal vez aún lo estuviera, también en ese momento vivía en California.


—¿Qué quieres de mí, Pedro? —preguntó sin rodeos.


Hasta que no llegó a la fiesta y vio a Paula charlando con la joven que en ese momento sabía que era su hermana, le había gustado pensar que la había erradicado de su mente después de aquella única noche pero al verla supo que ya no podía considerar la veracidad de esa ilusión...
En ese momento Paula estaba más hermosa que hacía cinco años y la madurez le había añadido un toque de seguridad a una belleza que ya de por sí había sido arrebatadora. Ni sus ojos ni su cabello, en ese instante en capas largas, habían cambiado, y el vestido ceñido resaltaba la cintura delicada y los pechos perfectos...

Su boca adquirió la forma de una línea intransigente.


—¿Qué tienes para dar, Paula?


 Lo miró con suspicacia y Pedro se preguntó si se sentiría repelida por la fealdad lívida de la cicatriz, tal como le sucedía a él mismo.


—¿Qué tengo para darte a ti en particular? —repitió con incredulidad. —¡Absolutamente nada! —respondió con desdén a su propia pregunta.


La mano de Pedro se movió de forma instintiva a la herida irregular que le marcaba la mejilla.


—Eso, al menos, no ha cambiado —musitó con frialdad.


Paula lo observó ceñuda. ¿Por qué la miraba con tanto desprecio? Era él quien la había seducido sólo porque la mujer a la que de verdad había deseado, la famosa modelo top Samantha Childe, le había dicho que la relación se había terminado y que mantenía una relación con uno de sus compañeros de la Fórmula Uno.
Ese hombre había sido el piloto Paulo Descari, muerto en el accidente que había tenido lugar apenas horas después de que Pedro la hubiera dejado en la cama.
Samantha había afirmado con voz llorosa que Pedro había causado el accidente a propósito movido por los celos...Aunque jamás había creído semejante atrocidad, cinco años después aún le molestaba pensar que el motivo que había tenido Pedro para pasar la noche con ella había sido el despecho.

Entonces, ¿cómo se atrevía en ese momento a observarla con ese desprecio?


—He cambiado Pedro—afirmó con rotundidad.

—¿A mejor?


Ella frunció el ceño.


—¿Qué?

—¿Has llegado a casarte Paula? —cortó el con frialdad mientras los ojos oscuros se posaban en la mano izquierda desnuda—Veo que no, quizá sea lo mejor—agrego con tono insultante.

Ella se sintió indignada.

—Quizá también sea mejor que tu nunca lo hayas hecho—espetó con igual tono cortante.


Le dedicó una sonrisa carente de humor.


—Quiza.. no creo que el hecho de intercambiar insultos aquí sea armonioso para la boda de Brian y Daiana, ¿y tú? —la retó.


El corazón se le contraía cada vez que pensaba en asistir a dicha boda.

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