lunes, 3 de marzo de 2014

Capitulo 33

—No tengo más ropa conmigo...
—Micaela fue lo bastante amable como para prepararte una maleta —explicó él está en el coche con la mía. Toby también arregló las cosas para quedarse con tus padres durante la semana que estemos fuera añadió—Mi padre se quedará en Inglaterra y los visitará a menudo.
—Desde luego has estado ocupado, ¿verdad? —suspiró, se quitó el velo con cuidado y lo metió en la parte de atrás del coche—Así está mejor.


Había sido el día más difícil de su vida, empezando con la conversación que su padre había insistido en mantener con ella a primera hora de la mañana. Al bajar a las seis y media, lo había encontrado en la cocina tomando un café, mantuvo una conversación ligera mientras ella se preparaba otro café pero en cuanto se sentó a la mesa con él, todo cambió.
Con gentileza había expuesto la preocupación que sentían su madre y él acerca de la precipitación de la boda con Pedro ¿Hacía lo correcto y estaba segura de que era lo que realmente quería? No había duda sobre lo que sentía Toby, pero... ¿iba a ser feliz ella?

Mentirle a su padre había sido probablemente lo más duro que había hecho jamás, incluso al recordarlo sentía que se le humedecían los ojos.

 —Y bien, ¿adónde has decidido que vamos a ir de luna de miel? preguntó para distraerse. Pedro apretó los labios al oír el tono de fatiga de Paula, que no hizo esfuerzo alguno en ocultar que ese día había sido una prueba dura que había tenido que pasar. Le había parecido asombrosamente hermosa al avanzar por el pasillo hacía él, una visión en satén blanco y encaje, pero ella había evitado mirarlo. La voz le había temblado por la incertidumbre al pronunciar los votos al igual que la mano al permitir que él le introdujera la alianza en el dedo, cuando la besó para sellar dichos votos, su boca había permanecido rígida e indiferente aunque había realizado el esfuerzo de sonreírle a los invitados mientras avanzaban por el pasillo ya como marido y mujer.


—Vamos a ir a tu isla en el Caribe—le informó él.
—No quieres decir ¿tu isla en el Caribe? —corrigió Paula
—No, hablo de la tuya —corroboró Pedro. Es mi regalo de boda —no había querido decírselo de esa manera, había pretendido que fuera una sorpresa en cuanto llegaran allí. Y lo habría hecho de no sentirse tan frustrado con el comportamiento tan distante de ella.


Paula se quedó aturdida e incrédula ¿Pedro le daba una isla entera en el Caribe como regalo de boda?

El sonrió con ironía al captar su expresión.


—No te preocupes Paula. No es más que una isla pequeña.
—¿Incluso una isla pequeña no es exagerado cuando yo sólo te compré unos gemelos? —preguntó ceñuda.


Y lo había hecho en el último momento porque Micaela, su dama de honor, le dijo que debía hacerlo. hasta entonces no se le había pasado por la cabeza regalarle algo por la boda. ¿Que podía darle a un hombre que lo tenía todo?
Aunque en la iglesia había notado que había lucido los gemelos de diamantes y ónice en los puños de su impecable camisa.


—Me has dado mucho más que eso, Paula —le aseguró con voz ronca.


Lo miró con suspicacia, pero su expresión no le reveló nada.


—No sé a qué te refieres —murmuró con incertidumbre.
—Hablo de Toby, Paula. Me has dado un hijo —explicó.


Lo miró, parecía tan tenso como ella se sentía, con arrugas en los ojos y la expresión sombría en la boca, su piel estaba algo pálida bajo el tono naturalmente cetrino.
Qué distinto habría podido ser todo si cinco años antes Pedro no hubiera estado enamorado de otra mujer, qué diferente habría podido ser ese día si se hubieran casado porque estaban enamorados.
Pero eran dos extraños que se habían casado para proteger y mantener la felicidad de su hijo.

Tragó saliva.


 —Si no te importa, creo que me gustaría estar aquí sentada y en silencio un rato —cerró los ojos.

A Pedro le importaba, si Paula creía que las últimas cinco semanas habían sido menos estresantes para él, se equivocaba. Tal como habían pactado, estando con gente ella había logrado mantener un aire de felicidad serena, pero en cuanto se quedaban solos, todo había sido distinto.
Había mostrado una absoluta falta de interés siempre que había tratado de hablar con el de los planes de la boda, se mostró poco comunicativa los tres domingos por la mañana que habían asistido juntos a la iglesia,y  lo peor de todo, cuando se quedaban solos había evitado hasta tocarlo.
Si Paula deseaba castigarlo por obligarla a casarse entonces no habría podido encontrar mejor manera de hacerlo que con ese silencio gélido y la evidente aversión que mostraba al más leve contacto.

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