sábado, 8 de marzo de 2014

Capitulo 38

La miró fijamente cautivado por esos hermosos ojos verdes que brillaban de buen humor. Era la mujer más hermosa que jamás había conocido

—Quizá me lo merecía admitió a regañadientes.
—Quizá sí —confirmó ella en absoluto arrepentida. La próxima vez vendremos en barco ¿de acuerdo? —dijo al recoger los cubitos del suelo.

Pedro permaneció en silencio al agacharse para ayudarla renuente a romper la súbita tregua con algún comentario que a ella pudiera no gustarle y por el momento satisfecho de que fuera a haber una próxima vez.

La tregua había continuado mientras paseaban por la playa, durante la cena que habían preparado juntos y tomando en la terraza que daba al océano, habían regresado fuera después de recoger la mesa. En un silencio agradable y relajado se habían terminado la botella de vino tinto que Pedro había abierto para acompañar la cena.Paula se había excusado hacía una media hora para ir al dormitorio principal a preparar la cama, pero él había elegido quedarse fuera un rato más, reacio todavía a decir o hacer algo que pudiera romperla ilusión de camaradería que habían encontrado desde el incidente de los cubitos. Iban a quedarse en la isla una semana y preferiría que no dedicaran todo el tiempo a pelearse.
Mirándola en ese momento con un camisón de un lila pálido, la tela sedosa ciñéndose a sus pechos y moldeando la gentil curva de sus caderas, supo que quería quitarle incluso ese atuendo antes de hacerle el amor, algo que, después de los comentarios en el avión, sin duda quebraría la ilusión de camaradería que habían compartido hasta el momento.
Metió las manos en los bolsillos de los pantalones negros que se había puesto para cenar.

—Pensé que preferirías disfrutar de intimidad después de un día tan largo y agotador.

Paula lo estudió, pero fue incapaz de leer su estado de ánimo.

—¿No vas a venir a la cama? —preguntó al final con cierta inseguridad
—Luego, tal vez —repuso. —Todavía no estoy cansado.

Paula no había tenido precisamente en mente la idea dormir al formularle la pregunta.
Mientras paseaba con Pedro descalza por la playa, había descubierto que la isla era hermosa y completamente virgen. Todo, desde el paisaje, el agua al romper sobre sus pies o la brisa cálida, se había sumado a la atmósfera de seducción de la noche, a la percepción oculta incluso en la mínima mirada que compartían.
La renuencia que Pedro mostraba en ese momento en ir a la cama, parecía dar a entender que sólo ella había sentido esa palpitante percepción, porque cuando antes le había hecho el amor ¿únicamente había sido un modo de demostrarle que realmente podía hacérselo donde y cuando le viniera en gana, tal cómo le había expuesto de forma tan cruda, y una vez que lo había dejado claro ya no sentía la urgencia de repetir la experiencia?
Que ridícula había sido al imaginar que como no habían discutido en las últimas horas habían podido alcanzar una especie de comprensión en su relación.Pedro jamás había mantenido en secreto el motivo por el que se casaba con ella, Toby.
Sintió que el rubor de la humillación le quemaba las mejillas.

—Tienes razón prefiero intimidad —afirmó—Por ello sería mejor si usaras uno de los otros dormitorios y te mantuvieras alejado del mío durante nuestra estancia aquí.

Pedro entrecerró los ojos y observó su pose desafiante.

—¡No te acerques! —le advirtió al ver que daba un paso hacia ella.

Advertencia que eligió soslayar al plantarse a centímetros de Paula con las manos cerradas a los costados. Ella sintió que su propia furia comenzaba a desvanecerse al quedar fascinada por el nervio que palpitaba junto a la cicatriz lívida en la tensa mejilla izquierda de Pedro, estaba tan atractivo con el pelo largo y revuelto, la camisa de seda negra y los pantalones a medida... hasta los ojos daban la impresión de centellear de otro color a la luz de la luna.
Paula jamás había conocido a un hombre con la gracilidad y apostura de Pedro, nunca había tenido una percepción física tan profunda de otro hombre que no fuera él, jamás había deseado a otro como constantemente parecía desear a Pedro.
Tragó saliva.


—Tienes razón Pedro ha sido un día largo y agotador. Demasiado para mantener esta conversación —comentó. —Yo...te deseo que pases una buena noche.

El esbozó una sonrisa desdeñosa.

—¡Dudo mucho que lo sea!
Ella movió la cabeza.

—De verdad debemos encontrar un modo de dejar de insultarnos, Pedro.
—La única vez que lo conseguimos es cuando hacemos el amor pero... —se encogió de hombros. —Buenas noches Paula... Intentaré no despertarte cuando vaya a la cama.

Ceñuda ella dio media vuelta y se dirigió despacio al interior, demasiado agotada para luchar contra él acerca de la distribución de las habitaciones y más cuando Pedro había dejado bien claro que perdería.
Dudaba mucho que pudiera llegar a quedarse dormida sabiendo que en cualquier momento él se presentaría para compartir la que en ese momento era la cama de ambos.
Dudaba mucho que pudiera llegar a dormir con él a su lado.

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