sábado, 8 de marzo de 2014

Capitulo 37

Mantuvo la sabana contra su pecho, al sentarse el cabello le cayó sedosamente sobre los hombros, Se cambio y salio a su encuentro con Pedro fuera del Jet

—Pensé que habías dicho que era una pequeña isla caribeña.
—Lo es —confirmó él—Completaremos el resto del viaje en helicóptero.

Paula no había subido nunca a un helicóptero y no estaba segura de cómo respondería en un aparato tan pequeño, se sintió incluso más incomoda al enterarse de que era Pedro quien pretendía pilotarlo
Lo miró dubitativa cuando ocupó el asiento a su lado después de guardar las maletas en la parte de atrás.

¿Estás seguro de que sabes llevar una de estas cosas?
—Muy seguro —corroboró —Paula, te garantizo que estarás perfectamente a salvo en mis manos —añadió burlonamente ante la persistente duda de ella.

Paula lo observó con ojos entrecerrados antes de girar la cabeza para mirar por la ventanilla el sol brillante que se reflejaba en el océano verde azulado más allá de una playa de arena blanca oro. Una pose relajada que sólo duró lo que Pedro tardó en arrancar y mover los controles para elevar el helicóptero del suelo, cuando el aparato oscilo en el aire, se aferró al brazo de él.

—¡Creo que voy a vomitar! —grito.
—No vomitaras si posas la vista en el mar y no en el suelo —instruyó Pedro.

Era fácil decirlo pero su estomago siguió agitándose en señal de protesta durante varios minutos interminables, y sólo se asentó ligeramente cuando el helicóptero se estabilizó y al fin pudo apreciar la belleza del paisaje.

¿El mar era tan azul? pudo ver el fondo arenoso en varios sitios incluso más cuando comenzaron a aproximarse a una isla pequeña rodeada de playas inmaculadas, hermosas y con un paisaje verde, exuberante y con muchos árboles.
Pedro sobrevoló la playa y Paula observó asombrada que se dirigía a una villa blanca en lo alto de una loma situada un poco tierra adentro, rodeada por más árboles y enormes flores de colores.

 —La casa —indicó él ante la mirada de curiosidad de ella mientras descendía el aparato en una zona verde y llana adyacente a la villa. —¿Qué esperabas, Paula? —en cuanto aterrizaron se volvió hacia ella. —¿Pensabas que te traía a un cobertizo en mitad de ninguna parte?

La verdad era que no había pensado demasiado en donde se alojarían una vez que llegaran a la isla. El hecho de que Pedro le hubiera regalado una isla ya le había parecido demasiado fantástico.

—Es un poco primitiva en el sentido de que no hay criados que nos sirvan —advirtió el.

Paula sonrió con ironía.

—No echaré en falta lo que nunca he tenido.
—La isla antes era de un francés que hizo construir la villa hace varios años —le contó mientras bajaba del helicóptero—desde luego si quieres cambiar la decoración debes hacerlo.
—Es hermosa como esta —murmuró ella al quitarse las gafas de sol y seguirlo a la casa.

Los suelos eran de mármol de color crema y decorada con varias mesas con encimeras de cristal situadas convenientemente junto a los sillones y el sofá. La cocina resultó incluso más sorprendente con todo blanco, incluido el fogón la nevera y el congelador.

—Tenemos nuestro propio generador y suministro de agua potable —le explicó Pedro mientras ella recorría despacio la estancia—o más bien tú tienes tu propio generador y suministro de agua potable —corrigió con ironía.

Paula parpadeó totalmente abrumada una vez que ya se encontraba en la isla.

—¿De verdad todo esto es mío?

Pedro asintió.

—¿Te gusta? —su expresión no mostraba nada.
—¡Me encanta! —le aseguró con vehemencia —Yo... ¡Gracias Pedro! —añadió casi sin aliento—¿Cómo diablos trajeron todo? Los materiales para construir la villa, los muebles—preguntó.

El se encogió de hombros.


Del mismo modo en que llegó la comida que hay en la nevera y el congelador abrió la puerta de la nevera para mostrarle los alimentos allí guardados.—Por barco —aportó divertido al ver la expresión aún desconcertada de ella.

Paula entrecerró los ojos.

—¿Me estás diciendo que no tenía por qué haber sufrido el viaje en helicóptero? ¿Que podríamos haber venido en barco?


Pedro contuvo una sonrisa ante la leve indignación de ella.

—Pensé que sería más impresionante llegar en helicóptero —reconoció.
—Oh, eso pensaste ¿no? —musitó dejando el bolso en una de las encimeras.
—Sí —reconoció Pedro con cautela incapaz de analizar el estado de ánimo de Paula mientras ella iba a abrir la nevera y sacaba una cubetera antes de dirigirse al fregadero —Claro, debes tener sed —supuso —hay una selección de bebidas en... ¿Qué haces? —frunció el ceño al verla ir hacía él con un puñado de cubitos que le introdujo debajo del polo —¡Paula! —protestó al primer contacto incómodo de los cubitos helados contra el calor de su piel.
—Pensé que se te veía algo acalorado Pedro —se mofó cuando él retrocedió para quitarse los cubitos, varios de los cuales cayeron sobre el suelo de mármol.

—Maldita sea Paula... —calló cuando ella se puso a reír.

Se dio cuenta de que era la primera vez que la oía reír sin cinismo o sarcasmo desde que habían vuelto a verse hacía cinco semanas.

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