sábado, 8 de marzo de 2014

Capitulo 34

El Jet de los Alfonso era lo máximo en lujo. Sólo tenía seis asientos extremadamente confortables en la cabina principal, amplia y alfombrada con un bar en el extremo donde se hallaba la cabina del piloto y una puerta que daba a un compartimento privado en el otro extremo.
Pedro le había dado instrucciones al capitán de despegar en cuanto ellos y el equipaje estuvieran a bordo, un auxiliar de vuelo había depositado dos copas altas de champán delante de ellos, para luego servir el líquido burbujeante y dejar la botella en una cubitera con hielo junto a Pedro antes de desaparecer en la cocina que había detrás del bar y cerrar la puerta con discreción a su espalda.
Paula se había impuesto no mirar la copa ya que le recordaba con demasiada intensidad aquella noche pasada con Pedro cinco años atrás. Lo último que necesitaba rememorar en ese momento


—Tu padre y tú desde luego saben viajar con estilo—comentó con ligereza.


El asintió.

—Como lo harán Toby y tú ahora que son Alfonso.


El recordatorio del cambio experimentado le atenazó las entrañas.

Paula Alfonso... Esposa de Pedro.


—Sin duda Toby se quedará impresionado —repuso.
—¿Pero tú no?


Se sentía más nerviosa que impresionada, nerviosa por estar realmente a solas con Pedro por primera vez en cinco años y aterrada por pasar una semana con él en una isla del Caribe.

Movió la cabeza.


—No soy una niña de cuatro años, Pedro.
—No, no lo eres.


Tuvo que girar la cabeza para quebrar el contacto con esa mirada tan intensa antes de poder ponerse de pie con brusquedad.


—Creo... Creo que me gustaría ir a la otra sala para quitarme el vestido de novia.
—Una idea excelente Paula —murmuró él.


Frunció el ceño al ver que también se ponía lentamente de pie, su estatura y la anchura de sus hombros dominaron en el acto la cabina.


—Creo que soy bastante capaz de cambiarme solamanifestó con voz aguda.


Pedro inclinó la cabeza con gesto burlón.


—Pensé que podrías necesitar algo de ayuda con la cremallera de la espalda.


Paula se dio cuenta de que no andaba descaminado. Micaela la había ayudado a vestirse, pero en momento no se sentía cómoda con la idea de que Pedro la ayudara a desvestirse...
¡¿Cómoda?! La idea de que él la tocara era suficiente para terminar de destrozarle los nervios. Se dijo que nunca más iba a ponerse ese vestido, entonces, ¿que problema había si le arrancaba las mangas?


—Estoy segura de que me las podre arreglar gracias —repuso con voz distante mientras se daba la vuelta
—Yo también necesito cambiarme —insistió Pedro al llegar a la puerta del compartimento posterior antes que ella y abrírsela.


Paula lo miró insegura, sabiendo por el desafío que irradiaban sus ojos que él esperaba continuar discutiendo con ella. Experimentó el deseo perverso de no brindarle esa satisfacción.


—Bien —aceptó con ligereza y pasó ante él para entrar en la cabina contigua.


Se detuvo en seco al encontrarse no en otra sala como había supuesto, sino en una habitación cuyo centro estaba dominado por una cama enorme. Los ojos de Pedro brillaron divertidos al ver la expresión aturdida de Paula al ver la lujosa habitación, los vestidores, la alfombra mullida y las sábanas de seda de color dorado que cubrían la cama con varios cojines de similar tapizado sobre las almohadas mullidas.
Por desgracia no permaneció aturdida mucho tiempo antes de girar y mirarlo con expresión acusadora.


—¡Espero que no albergues ninguna idea acerca de añadir mi nombre a la lista de mujeres que has seducido aquí! —espetó.


El humor de Pedro se evaporó al oír el insulto deliberado.


—Tienes la lengua de una víbora.


Paula enarcó las cejas, divertida.


—Es un poco tarde para arrepentirse, ¿no crees Pedro? espero que no hayas olvidado que nos hemos casado hoy.
—Oh, lo recuerdo, Paula —remarcó —quizá es hora de que yo te lo recuerde—cerró la puerta con suavidad.


Ella dio un paso atrás al saber cuál era su intención.


—Hablaba en serio, Pedro... ¡no pienso convertirme en otra muesca en el poste de tu cama!


Él avanzó un paso con la mandíbula apretada.


—Yo también hablé en serio hace cinco semanas acerca del derecho que tenías de cambiar de parecer en que nuestro matrimonio fuera sólo nominal


La alarma hizo que Paula abriera mucho los ojos.


—¡Aquí no!
—Donde quieras y cuando quieras —prometió.


Se alejó de él.


—Te he dicho que no me convertiré en otra mues...
—Si vuelves a mirar la cama, Paula, verás que no tiene ningún poste —expuso con peligrosa suavidad. —Y nos encontramos a unos cinco mil metros de altura.
—A tu club de los cinco mil metros, entonces—persistió, plantándole cara con valentía y afanándose en ocultar el nerviosismo que sentía.

Algo que no escapó a la mirada penetrante de Pedro, avanzó otro paso y se detuvo a unos centímetros de Paula, de esos labios trémulos. Unos labios carnosos levemente entreabiertos, que representaban una tentación, como la punta de la lengua que Paula sacó para humedecérselos.

Una invitación que no tenía ninguna intención de declinar..

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