sábado, 8 de marzo de 2014

Capitulo 35

—Date la vuelta Paula para que pueda bajarte la cremallera del vestido —sugirió con voz ronca.


Ella tragó saliva.


—Yo no... calló con un jadeo cuando Pedro soslayó su protesta y se situó detrás de ella. Sintió el contacto de sus dedos mientras comenzaba a bajarle lentamente la cremallera.
Arqueó la espalda involuntariamente al sentir un estremecimiento por todo su cuerpo a medida que la cremallera bajaba por su espalda y contuvo el aliento cuando Pedro le separó el vestido de satén y le acarició el hombro desnudo con los labios, al instante sintió un deseo ardiente por todo el cuerpo cuando la lengua húmeda sobre su piel encendida no dejó de lamerla y probarla.
A pesar de lo mucho que lo negaba y se oponía, sabía que deseaba a Pedro

Apasionadamente... 

Llevaba cinco semanas luchando contra ese deseo y esa necesidad temerosa incluso de tocarlo por si perdía el control. Con el resultado de que cada minuto pasado con él había sido una tortura, y la fachada gélida que proyectaba para defenderse de esa pasión se había derretido con la fuerza de una avalancha en el momento en que su boca le había tocado la piel desnuda
Echó el cuello para atrás y apoyó la cabeza sobre el hombro de Pedro mientras el introducía las manos en el vestido y las subía para coronarle los pechos, con las suyas propias encima se las apretó más anhelando esas caricias. Gritó cuando el deseo se liberó de entre sus muslos en el momento en que los dedos pulgares de Pedro jugaron con sus pezones, el cuerpo tenso por la expectación, incapaz de respirar mientras aguardaba la segunda caricia, casi sollozó cuando los labios de él se movieron sobre su garganta y tomaron esas cumbres inflamadas entre los dedos y las apretaron de forma rítmica.


—¿Pedro? —gimió al tiempo que movía el trasero contra la dureza de su erección. —¡Pedro, por favor...!
—Aún no, Paula—negó él con voz ronca aunque su propio cuerpo palpitaba con la misma necesidad de liberación.


Les esperaban horas y horas de vuelo para llegar a la isla, y antes de que eso sucediera, tenía la intención de descubrir y satisfacer todas las fantasías de Paula tal como esperaba que ella satisficiera las suyas.
Quitarle el vestido nupcial de satén sólo era la primera de las fantasías que lo había mantenido despierto noche tras noche durante las últimas cinco semanas, se lo deslizó lentamente por los hombros y los brazos antes de desnudarla hasta la cintura y luego dejar que cayera y se desplegara sobre el suelo alrededor de sus pies.
Paula tenía los ojos cerrados y Pedro observó lo hermosa que estaba sólo con unas braguitas blancas de encaje y medias del mismo color. Mostraba los labios levemente entreabiertos y húmedos cuando la rodeó con los brazos y volvió a coronarle los pechos antes de acariciarle con los dedos pulgares los pezones de un intenso color rosado.


—¡Sí! —exclamó ella. —Oh, Dios, sí, Pedro...


La pegó contra él, le recorrió libre y eróticamente la garganta con los labios y terminó mordisqueándole el lóbulo de una oreja mientras una mano seguía jugando con un pezón perfecto y la otra bajaba. La piel de Paula era como terciopelo bajo sus dedos abiertos sobre la cintura y la cadera.
Sin dejar de mordisquearle la oreja, bajó la vista hasta donde los dedos buscaban debajo de la seda de las braguitas el capullo sensible que anidaba allí. Al encontrarlo comenzó a acariciarlo. Estaba ardiente y mojada, los pliegues delicados inflamados por la necesidad, una necesidad que Pedro pretendía aumentar hasta que Paula gritara y le suplicara que le proporcionara el orgasmo que su cuerpo anhelaba.Al sentir el roce de esos dedos, ella gimió y separó las piernas para permitirle un mayor acceso, una invitación que él aceptó al introducir un dedo largo dentro de Paula seguido de otro, con la otra mano le masajeaba el pecho al mismo y devastador ritmo.

Una y otra vez

Con las caricias más intensas, profundas y rápidas. El calor se elevó de forma insoportable a medida que Paula movía las caderas al encuentro de las embestidas del dedo de Pedro dentro de ella.


—¡Por favor no pares! jadeó sin aliento —¡Por favor, no pares!
—¡Déjate llevar, Paula! —musitó sobre su garganta. —¡Entrégate!
—Sí... aceptó entrecortadamente ¡Oh, sí! ¡Oh, Dios sí...! —se retorció contra la mano de Pedro a medida que su orgasmo se descontrolaba y la recorría una oleada tras otras de un placer demoledor.

Él la mantuvo cautiva mientras continuaba dándole placer con los dedos y Paula experimentaba un orgasmo tras otro, con el cuerpo una masa trémula bajo el más ligero contacto de Paula.

—Pedro...—sollozó al final al derrumbarse exangüe en sus brazos.

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