Se apartó de nuevo levemente de él y soltó la mano que le
sostenía para establecer una distancia entre ambos.
—Creo que ya hemos bailado bastante, ¿no te parece? —comentó
con rigidez, la vista clavada en el tercer botón de su camisa.
Pedro apretó los labios y su expresión se volvió
gélida al reconocer para sus adentros que ya había bailado <<bastante»
con Paula. El tiempo suficiente como para confirmar que su cuerpo
aún respondía a la voluptuosidad de los pechos de Paula y al calor de los
muslos pegados a los suyos, era en realidad, todo lo que había querido
averiguar.
—Quizá tengas razón —de inmediato se apartó de ella en el
centro de la pista.
Paula se sintió incomoda ante esa súbita retirada y miro
alrededor con timidez mientras algunos de los que bailaban a su alrededor les
dedicaban unas miradas de curiosidad.
—Estás intentando avergonzarme adrede— musitó irritada antes
de dar media vuelta y salir de la pista con las mejillas encendidas.
—Expresaste el deseo de que dejáramos de bailar—Pedro la siguió a un paso más mesurado.
—Márchate, Pedro, implemente márchate —repitió
cansada.
La observó con detenimiento y el brillo en esos ojos verdes ya no le pareció causado por la furia.
—¿Estas llorando Paula?
—Claro que no estoy llorando —soltó con el mentón alzado en
desafió mientras lo miraba a los ojos. —Necesitaría algo más que la desgracia
de volverte a ver para hacerme llorar —desdeñó—Y ahora, si me
disculpas, me gustaría irme a mi habitación.
—¿Te hospedas aquí, en el hotel? —inquirió con curiosidad.
Era una posibilidad que no se le había pasado por la cabeza.
—¿Y que si es así? —entrecerró los ojos.
—Era simple curiosidad, Paula —expuso.
—¿Sí? —le dedicó una sonrisa burlona—No recuerdo que cinco
años atrás sintieras curiosidad por alguien que no fueras tú mismo.
Pedro apretó
los labios en señal de advertencia.
—¿Me acusas de haber sido un amante egoísta? —sonó
indignado.
—¡No, claro que no! —las mejillas de Paula volvieron a
encenderse —Estamos manteniendo una conversación ridícula—añadió resentida—Es hora de que me vaya, no diré que ha sido un placer volver a verte porque
los dos sabemos que no es verdad —agregó antes de darse la vuelta y alejarse
con la cabeza erguida.
Pedro la
contempló cruzar la estancia para ir a excusarse con sus tíos antes de irse con
un movimiento sinuoso de las caderas bajo el vestido violeta y las piernas que
parecían interminables con los zapatos de tacón alto.
«No», convino él mentalmente, desde luego que no había sido
un placer volver a ver a Paula Chaves.
Pero había sido algo...
Paula se obligó a
moverse despacio, con calma, mientras le presentaba sus excusas a los anfitriones,
Teresa y Pablo Fabrizzi y salía al pasillo que conducía a los ascensores,
negándose a proporcionarle a Pedro la satisfacción de verla
apresurarse con el fin de escapar de esa intensa mirada.
Ya era mala suerte
que él fuera familia de la novia de su primo, yaun no se le había ocurrido ningún modo de evitar asistir
a la ceremonia del día siguiente. Pero tendría que idear algo. Debía hacerlo.
—Vuelves pronto —Angela, la hermana menor de Daiana, la
recibió con calidez cuando Paula entró en el salón de la suite que compartía
con sus hermanas.Ésta dejó el bolso de noche en una mesita que había junto a
la entrada.
—Me duele un poco la cabeza —se justificó.
—Me duele un poco la cabeza —se justificó.
—Es una pena— Angela se levantó. Era tan alta y hermosa como
su hermana mayor.
—También pensé que ya habías hecho de canguro demasiado
tiempo esta noche y que tal vez te apetecería unirte a la fiesta— añadió con
calidez ya que Angela se había ofrecido amablemente a llevar a la media docena
de los miembros más jóvenes de la parte inglesa de la familia a cenar a una
pizzería antes de regresar al hotel y asegurarse de que todos se metían en la
cama.
—¿Seguro que no te importa? —sonrió Angela
—Por supuesto —le aseguró Paula —El baile acaba de comenzar
añadió para animarla.
Al quedarse a solas suspiró y dedicó varios minutos a
calmarse antes de ir a la habitación contigua donde su hermano pequeño estaba
acostado con la lámpara de la mesita de noche aún encendida mientras leía un
libro.
—¿Va todo bien Gonza? —le preguntó con suavidad al detenerse
a su lado.
El joven de doce años le sonrió.
—Está bien dormido como puedes ver.
La expresión de Paula se suavizó al mirar al ocupante de la
segunda cama. Su hijo Tobias de casi cinco años de edad.
Sus rizos oscuros resaltaban sobre la almohada y tenía los
labios entreabiertos mientras respiraba profundamente con un delicioso hoyuelo
en el centro de la barbilla.
Igual que el de su padre...
buenísimos los capítulos,seguí subiendo.
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